Se despertó de improviso. No se atrevía a poner sus píes en contacto con la falsa madera del suelo. Falsa…curiosa palabra envuelta entre la realidad y, camuflada en el holograma de su vida, en realidad encajaba en cualquier vida.
El cojín mullido testigo de todas sus meditaciones, descansaba en la pared sosteniendo una ventana demasiado grande en esas cuatro paredes blancas y tan artificiales, como las palabras escondidas en los silencios de todos los gritos ahogados de la hipocresía dañina, molesta e irreal, del mundo insípido e incoloro que le sostenía todos los paréntesis invisibles a los demás, y repletos de colores inimaginables para ella.
Nunca existe un vacío capaz de alcanzar a todos, jamás habrá un amor tan grande, adaptado a todos los corazones.
Vi en una ocasión en una mirada, el matriarcado grabado a fuego en una piel plagada de cicatrices de guerra. Guerras con tonos nórdicos, reinando en pirámides sagradas, sanando errores de ancestros con la valentía de quien sabe a lo que ha venido, a punto de florecer en las yemas de todos los dedos.
He visto al silencio rogando a la noche cambiar por luz su oscuridad, he sentido el amor de quien estando perdido, lanzaba su amor al universo, porque le quemaba dentro. He podido perderme en la oscuridad, nacer de nuevo con apenas unas cenizas invisibles a los demás, he sentido tu dolor, tu felicidad y, la esperanza de todas las palabras que escucho en esas horas en las que deseo estar frente al mar y, sin embargo, me escondo al sur de tu mirada.
Hoy no deseo mirar atrás, necesito engancharme al ahora en ese eterno momento que me mueve en este planeta incomprendido y, repleto de necesidades de amor incondicional, y en el que el ego se esconde en casi todas las miradas.
Un planeta al que llegué sin saber porqué, o quizás si lo sé…un universo girando a lo loco, un espacio encerrando misiles que nuestros hermanos y hermanas mayores, consiguen apagar y esconder.
Y cada día al amanecer cuando mi alma se vuelve a cobijar en este imperfecto cuerpo físico, a veces os lo juro, mis ojos derraman lágrimas por echar de menos su verdadero hogar, a esa voz cálida, a esa túnica blanca que hace pocas noches me decía a punto de despertar…no olvides que vienes de Venus.
No lamento que mi alma sea capaz de hablarme, de hacerme vibrar, de encaminarme a la labor voluntaria a la que yo misma me ofrecí al llegar aquí.
No lamento reconocer que el camino es escabroso, duro, difícil, que es puro sufrimiento conseguir que una no mirada no te lastime, o que una crueldad de los maestros y maestras de vida que yo misma elegí, escondan mis sonrisas hasta que no derramé las lágrimas necesarias para superar un paso más de mi evolución.
Gracias, gracias, gracias.
Y la vida en este eterno ahora, también es apreciar y agradecer, el eterno gris del frío, la belleza cálida del sol, la lluvia en primavera, a las hermanas y hermanos de alma encontrados por el camino…gracias por dos almas nacidas de mi vientre, por el amor que me hizo feliz, por el amor que me hizo llorar, por la música nacida de almas afines, por las deudas karmicas que cada día me hacen evolucionar, por las traiciones de seres queridos, por los besos encontrados y no esperados, por el cariño recibido mientras sueño, por mi Yo Soy y, por conocer y reconocer el reino del No Soy.
Gracias por este despertar dividido entre el cielo y la tierra.
Gracias por aquellos besos de aquella boca inolvidable y sellada en mi piel, gracias por haber podido olvidarle, porque sus manos y su ausencia me habrían hecho llorar eternamente, gracias a la vida por elegirme para llenar un hueco de su espacio.
Gracias por el espacio en el que no estoy y no estás, gracias por reconocerte en todo lo demás.
Cuando me dejo llevar por las emociones de algunas canciones, me empatizo con la letra de su autor y soy tan feliz…
Qué bonito tener un amigo que te mira a los ojos, y ve más allá de tu mirada, de tus sentimientos, de tus emociones y, se te mete en el alma y, te describe como un mapa donde tus cicatrices son las montañas del recuerdo, tus heridas invisibles son su inspiración, tus lágrimas son el mar que añoras, y entre nota y nota bailas sin la música que en tus horas de soledad eres incapaz de escuchar, pero si puedes sentir.
Qué bonito la amistad entre un hombre y una mujer, qué maravilloso ver tu alma reflejada en el amor que ese amigo te regala sin esperar nada a cambio, ese amor sin sexo, que te abraza por las noches sin desear tu cuerpo, pero que amando tu alma, te protege, te idolatra y, al llegar el amanecer te da el amor que otros han sido incapaces de darte.
Qué bonito ser capaz de escribir alguna que otra letra escuchando canciones que han salido del alma y te llevan a episodios de tu pasado irreemplazables, qué bonito saber que somos muchos y muchas los que hablamos el mismo idioma.
A todos los hombres que alguna vez han sentido algo parecido a lo que transmite esta canción…a ellos mi alma les abraza.
Mis manos cansadas intentan dibujar la soledad con palabras.
He querido formar parte del océano que tanto añoro, sentir su sal en mi piel, disfrutar de su sabor en tu boca después, abrazarte cuando nadie me ve, serte infiel con mi soledad.
Y tus manos han dejado huellas bajo mis pies. Has fiscalizado mi soledad sin pedir permiso, apoderándote del idioma que ambas compartimos; las dos sabemos lo que es ser mujer.
Te adelantas a ella y, la estrangulas con tus dedos, la miras de reojo para que se escape de los huecos que hay entre mis dedos, eres incluso capaz de besarla y seducirla cuando yo duermo y, sueño abrigarme en su cuerpo. Eres egoísta incluso cuando lloro ante tus ojos por robarme lo que más quiero.
Ayer quise volver a recorrer aquel camino que compartimos, y de pronto vi sus ojos, sentí su mirada, y me abracé a su alma, y te perdí en el horizonte de mi mirada.
Y él me miraba sin saber qué hacer, y yo, quise sembrar lo que sé que nunca será, pero los segundos que me regaló, ya son eternos en mí soledad. Me acompañó a estar sola, tú solo me acompañas cuando me robas mi soledad.
Recuerdas cuándo te decía… Solo el mar alegraría mi espíritu.
Nada ha cambiado, todo sigue igual. Ahora es cierto que mis manos tiemblan al narrar todo lo indescriptible en mi memoria, lo no nato en mi imaginación quizás por apatía, tal vez, por la carencia de ese don tan preciado por todos, el cariño.
Ha perdido las formas en mi imaginación, me llama, se esconde en brumas profundas, aletea junto a los pájaros cuando me despiertan por la mañana, o vuelven a sus guaridas a la caída del sol.
Se han ensombrecido los recuerdos que daban alas a mis pies, en mis manos ahora son arrugas surcando nuevos rumbos aunque el camino termine, y el final inexistente para los demás, me pisa los talones del alma.
Solo el mar tan lejano me habla. Cubre mis poros, los limpia de viejos rencores, de esa fe ciega que nadie regala, de eso que llaman amor y que mueve el mundo, y a veces mueve los cimientos hasta el extremo de destruirte,
Recuerdas cuándo te decía…Sólo el mar alegraría mi espíritu.
Es cierto pero está tan lejos, tan al final de un pozo sin fondo, que lucho para que mi imaginación resucite.
Morir un poco cada día, es señal de que vives intensamente. Lo sé cuando soy capaz de intuir y adivinar el mundo, desde una pequeña ventana cobijada con su cristal, vestida con las cortinas avanzando más allá de la imaginación.
Mi alma también tiene cortinas, son livianas, viajeras, y agarran todos los detalles del día siguiente y, me hacen ser quien soy.
¿Quién soy? Todas las preguntas llevan hacia una irremediable reflexión, será difícil o quizás inoportuna para ti, pero para mí es adentrarme en lo más profundo del misterio de la vida.
Me confieso culpable de querer adentrarme en lo más profundo de mí misma, me confieso todos los días con los colores incipientes del amanecer, con los tonos moribundos del atardecer, con la arena mojada de la playa de mi vida, con la empatía y sensibilidad de todos los que merodean a mi alrededor.
No debo sentirme culpable por llorar cuando la luna toca mi presencia, ni por odiar el abrigo cuando me acaricia el sol, ni por sufrir cuando veo unos ojos tristes, una mirada perdida, o padecer cuando intuyo una vida perdida, aunque sean de los desconocidos y desconocidas que me encuentro de paso en el asfalto.
Así soy yo, y así deseo morir, sintiendo a los demás como si se tratara de mí misma. Poco importa si nadie es así, y mi sensibilidad extrema asusta o no es entendida.
El ascensor tarda mucho en llegar. Suelo pulsar el botón de llamada con cuidado, despacio y sin prisa. Hoy lo he hecho con rabia, enfado, y de forma muy descortés.
Se está vengando, tarda, tarda y tarda.
La rabia y el enfado venia hoy en el paquete del nuevo día al despertar. Ha sido una sensación de impotencia al abrir los ojos y conectarme a la realidad, deseaba silencio y soledad, me molestaban los ruidos normales de la casa y de la calle, el sonido de las ruedas de coches desconocidos que muy probablemente, se dirigen a su trabajo, o como algunos que yo me sé, que aprovechan las primeras horas del amanecer para buscar a sus amantes, cuando sus maridos o mujeres se van.
Odio de forma incontrolable los portazos de las puertas, forzar demasiado el picaporte, y que al hacerlo, su sonido es como una protesta contra la vulgaridad.
Me dirijo a mi cocina, el lavavajillas me espera repleto de platos, vasos, cubiertos y alguna otra cosa, para ponerlos en su sitio y esperar impacientes a volver a ser útiles, pero eso que es algo que día a día hago sin más, hoy me fastidia hasta la saciedad.
Me dan ganas de no hacer lo cotidiano, de ni siquiera pensar, qué pasará cuando los demás lo vean sin hacer, y siento deseos de meterme en la ducha, vestirme, prepararme para la lluvia decidida a acompañarnos hoy, darle al trabajo una patada encubierta de mentira piadosa, y lanzarme a la calle a caminar.
Lo hago, lo he decidido, soy la única dueña de mis días, al menos a partir de hoy, y también de mañana.
Caminar bajo la lluvia sin paraguas y con capucha, tiene la ventaja de sentir en tu piel, su humedad, aceptarla como algo natural y no fastidioso, vas caminando escuchando su sonido, porque ella habla, cuando cae llora, cuando muere en el asfalto se reencarna al chocar con la hierba, y se engrandece si se une al océano.
Yo camino por las calles de un barrio residencial, de esos que cobijando almas entregadas al trabajo, guardan en sus paredes planes de nueva vida, nuevas calles, nuevas paredes, planes vestidos con la ilusión de tener toda una vida por delante.
Hoy mis calles callan, se guardan la voz, se visten del silencio que mima el alma acentuando la importancia de ser uno mismo, de alejar ataduras innecesarias, de esas con forma de cremallera o cerrojo, regalando niebla a la luz que hoy oculta la lluvia.
La capucha me quita parte de visión, siguen cayendo gotas, cada vez con más fuerza y algunas mueren en mis brazos, resbalan primero y muchas de ellas se dejan absorber por mis pasos libres de hoy, que van dejando huellas de sobriedad absoluta, de desafío y transgresión a lo cotidiano al hacer siempre y cada día lo mismo, y se van quedando grabados en el asfalto mojado, marcando surcos de innovación que al segundo después, ya son recuerdos del pasado reciente.
Las cafeterías que voy encontrando en mi camino, sufren el poder absoluto de la ausencia, de los estragos de los días laborables, y salvando alguna excepción que siempre las hay, veo de refilón alguna presencia con un café entre las manos, apretando quizás por su calor la taza como si fuera el cuerpo que quisieron abrazar anoche y no pudieron.
En mi barrio he sabido de muchas familias rotas, llegadas a sus nuevas casas con niños y también con hipoteca y trabajo. He sabido de sus dramas, de cómo en plenitud de ilusión, han perdido su trabajo de forma injusta, porque en estos últimos años, un grupo de personas han decidido darle ventajas al que contrata y debilidad al contratado.
Recuerdo todo esto cuando a mi paso veo carteles con números grandes de se vende o alquila, en pisos nuevos que apenas ha dado tiempo a manchar, paredes regadas con lágrimas, desesperación y niños asustados por el destino obligado, por la cárcel que a veces es la vida, por la falta de empatía, por el querer agradar a un puñado de países llamados Europa. Y que con guante blanco exigen a los demás que ahoguen a los suyos, para garantizar su propia supervivencia en conjunto de maldades y egoísmos.
La lluvia empieza a debilitarse lo suficiente como para echar hacia atrás mi capucha, me libero de ella para que toda mi visión se encuentre de frente con el parque mojado, pero precioso, con ese brillo que el agua deja a su paso, con ese olor de tierra y hierba mojadas, que te hacen sentir viva, te hacen recordar viejas historias, y sucumbes al abrazo de la melancolía, pero lo haces sin tristeza profunda, de esa que ahoga las ideas y te deja clavada en la oscuridad, lo haces con la otra, con la que te serena y casi te hace llorar, pero después cuando se despide de ti y deja de ser tu sombra, te fortalece y la dejas marchar con un hasta luego.
Me siento en un banco, está mojado pero no me importa, y sentada en su borde mientras miro alrededor, pienso en la canción Amo Tanto La Vida de Ismael Serrano, y me acompaña mientras pienso dónde se fue el amor perdido, la pasión olvidada, el deseo repentino que resucita tu interior cuando menos lo esperas, y esa emoción naciente de las entrañas cuando él te dijo:
“El pelo recogido te sienta tan bien”
Me lo pregunto y decido dejar las respuestas para otro momento, la lluvia ha cesado, la canción también, y mi escapada en solitario, se viste de nuevo ante el mundo que me espera.
He visto morir el atardecer a través de mis cortinas, son suaves y livianas, son cómplices de mis deseos cuando la noche llega cargada de oscuridad.
Hago caminatas interminables con mis ojos y con mi imaginación. Me pierdo en los pliegues escondidos en todos los rincones de mi casa, pero mis mejores espejos de la vida y la realidad son mis ventanas.
Los cristales saben entender los idiomas que domino en mis silencios, me escuchan en invierno cuando son escudos del frío inmortal, en otoño cuando la brisa se prepara para acentuar su sonido, en primavera cuando sustituyes la lana por el polen que te hace llorar, y en verano cuando te abrasan los rayos pegados en sus esquinas.
Abrazada a sus rodillas, una chica suspira en silencio sentada en la acera, la brisa mueve su pelo con total indiferencia, pero yo la veo desde mis cristales llorar con sigilo, esperando que nadie la vea, ni la escuche, pero sin poder evitar las lágrimas muertas en el asfalto cruel de su ciudad.
Deseo consolarla, pero mis cristales se ríen en la noche, me obligan a creer en la magia de su oscuridad, a la que se teme y también se ama, y me piden que espere.
Las farolas urbanas se encienden con esa luz artificial engañosa e inoportuna, un coche se para junto a ella, la obliga a levantar su rostro, a desafiar al miedo que muere cuando le miras a los ojos, y sus labios se pronuncian en la sonrisa más bonita que pude imaginar.
Ha sido una visión efímera y eterna al mismo tiempo, pero esa chica estará ahora escondida en los brazos del próximo amanecer, y estará enganchada en los labios que fugazmente intuí por mis cristales.
Son solo los cristales hablando con todos los idiomas y dialectos de mi silencio.
El ascensor no llega, lo lamento tengo prisa, deseo salir y perderme entre la lluvia, mojar mi pasado perdido y a veces erróneo, me he olvidado el paraguas a propósito, quiero perderme por las calles solitarias empapadas de humedad bautismal, no soy capaz de obedecerme a mí misma, necesito olvidar.
Las gotas resbalan y mueren en cualquier parte de mi abrigo, mi capucha seduce a mi pelo escondido bajo su sombra y mis manos en los bolsillos, arañan recuerdos perdidos en las costuras del tiempo infinito.
Camino peleando con el viento empeñado en acompañar a la lluvia, desafío su fuerza, me golpea y por unos segundos soy una niña asustada justo después de escaparse de casa.
Pero mis ojos bajan hasta el suelo, asfalto enfangado cubierto de charcos limpiando huellas pasadas, de esas que guardan secretos y llegaron hasta las raíces de la memoria viva guardando cualquier sentimiento.
Hay sentimientos que duran toda una vida, o varios meses, o por minutos controlados en el tiempo, o segundos enganchados en la soledad incontrolable, que a veces nos atenaza, nos adormece, nos separa de aquello que vive detrás de los cristales de las ventanas, y en otras ocasiones te quedas helada cuando tus sentimientos se congelan en el alma de los demás.
Por eso he salido a confundirme con la lluvia, por eso su humedad me habla, por eso he entendido que sus gotas no han muerto en cualquier parte de mi abrigo, y se han quedado enganchadas en todo aquello que necesito olvidar.
La lluvia cesa, el parque se abriga en mi presencia, tu olvido ya no es una ofensa…
…Tu recuerdo me deja sin fuerzas, me siento en un banco mojado en el mismo instante en que vuelve salir el sol, mi pelo se olvida de sus sombras, mis manos se dejan seducir por el tiempo presente, y entonces sales de mi vida para siempre.
No sabe nada de flores, de amaneceres fríos, de mayos que se empeñan en no ser primaveras, ignora que en Octubre el otoño empieza a adueñarse de los colores ocres, o que el atardecer no solo se puede apreciar frente al mar.
No entiende que la noche sea para refugiar recuerdos, porque sueña despierta aunque la luna esté preñando el paisaje, o las estrellas desde lo alto hagan el amor con las mareas; está a punto de descubrir que es única, irrepetible, que nadie tiene los gestos de sus manos cuando escribe, o que el rictus de su sonrisa se queda grabada en innumerables retinas.
Intuye que después de casi media vida vivida, su piel es su mejor vestido, su mirada la mejor defensa ante el futuro, sus manos la seguridad que sueña el presente cuando nadie la ve.
Añora la risa de su padre, o sus manos cuando describían en el aire dibujos que le hacían reír, el mar con su aroma y sonido balanceándola en aquellos rincones que todos los demás evitan, unas manos que la dibujen en letras, unos labios que la pronuncien en silencio, un cuerpo que la busque entre el frío asfalto.
Deletrea un nombre que le toca el corazón, dibuja la fantasía que puede llegar a nublarle la razón, se bloquea con una traición, optimiza los sentimientos que hacen llorar a todos los que están a su alrededor y de vez en cuando, la ven.
Hoy ha faltado una mirada, una palabra que solo sea para ella, no ha habido caricias, ni ternuras ni glorias que pudieran elevarla a la luna, pero estaba el sol sobre su cabeza, el mar en su recuerdo y la sonrisa en esos labios que nunca se apaga.
Y ahora un descanso para probar la miel olvidada en el tarro perpetuo de la despensa de los recuerdos, y ese olor que nunca ha querido reconocer y que ahora, forma parte de los años que le ha robado la vida.
Y la vida no le regaña, la mira, la observa y aunque no dice nada, la ata, la sujeta y la eleva al silencio que siempre la obliga a pensar que ella, es la dama que sin saberlo alza las manos y sujeta las estrellas que los demás no consiguen alcanzar.